El debate sobre la innovación en educación se sustenta en tres grandes ejes discursivos ineludibles e interrelacionados, el ideológico - político, el pedagógico y el tecnológico. En la mayoría de los casos, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) se destacan como herramientas con el suficiente potencial como para facilitar la innovación en la educación, es decir, con capacidad para introducir novedades que provoquen cambios sustanciales en las estructuras que a su vez, permitirán mejorar los procesos y los resultados de la enseñanza y el aprendizaje. Pero a pesar de la introducción de las TIC en las aulas, la innovación parece imposible.
Las respuestas al porqué de esta imposibilidad, desde mi punto de vista, deben buscarse puertas afuera. En este sentido, deberíamos recordar que -en referencia al discurso ideológico y político sobre innovación- la sociología de la educación ha planteado la cuestión sobre una premisa básica:
la organización del conocimiento educativo se considera la fuente más importante de poder en la sociedad, como sintetiza Michael Young en su obra "Knowledge and Control". El hecho de que se haga con más o menos restricciones a las libertades es en realidad el indicador que marcará la diferencia entre unos sistemas y otros, pero en todos los casos no dejará de ser uno de los principales recursos del poder para el mantenimiento del statu quo.
Es por tanto, éste, un debate contextualizado en unos sistemas educativos estandarizados, que plantean una educación unificada, con recorridos iguales para todos, con una fuerte implantación de rutinas y solidificación de las estructuras que hacen posible su permanencia, que explican su institucionalización. Innovar dentro de estas organizaciones es ir contra ellas, porque innovar significa cambiar. Introducir los cambios para conseguir una nueva educación, individualizada y más libre, supondría hacer tambalear los pilares de las actuales estructuras y de sus inercias. Intentar innovar es estar dándose de golpes contra la pared, contra los muros del sistema. Esta es la sensación que describe la mayoría de los formadores que han apostado por la innovación.
Es por ello que pienso que, cuando nos preguntamos por qué es tan difícil innovar en educación, se nos hace tan difícil responder, porque intentamos contestar desde dentro del entramado educativo. Y es que desde dentro no se puede innovar más que parcialmente, sólo hay que ver lo que se está haciendo en este terreno, siempre de manera más o menos aislada, y sólo gracias el empeño de algunos profesionales de la educación o, en el mejor de los casos, por parte de la dirección de algunos centros. Si los Gobiernos apuestan por la innovación en las aulas es sólo para mantener el control de los cambios, si es que realmente se producen.
Echando un vistazo a la situación interna del sistema y siguiendo el hilo del alto fracaso escolar, las deserciones de los estudiantes y su desinterés, llegamos al ovillo de la motivación, a las metas de los niños y jóvenes escolarizados. En este sentido, recordaría que el debate pedagógico se basa fundamentalmente en los argumentos que nos ha dado la contribución de la psicología de la educación y no descubrimos nada nuevo si decimos que la motivación de los alumnos (contando con la de los profesores) es la energía que mueve el entramado educativo en las aulas, porque la proposición lógica es muy simple: Una persona nunca aprenderá si no quiere aprender.
En el caso de España, es una evidencia incontestable que definitivamente a un 30% de los jóvenes de nuestro país no les motiva lo que se les quiere enseñar en nuestras escuelas; dicho de otro modo, treinta de cada cien estudiantes no logran terminar los estudios obligatorios (ESO), yendo a parar a las listas del fracaso escolar. De hecho, el año 2007, el 31% de los españoles de entre 18 y 24 años ni tenía el título de la ESO ni se estaba formando. Y eso sin contar aquellos que concluyen estos estudios sin estar especialmente motivados, un grupo difícil de cuantificar, pero detectable si seguimos la pista de las evaluaciones y las deserciones posteriores en Bachillerato, la FP o la Universidad (entre un 30% y un 35% no termina los estudios superiores).
En la búsqueda de soluciones, algunos profesionales apuntan que quizá tendrían que ver la innovación como respuesta a "por qué", "para quién" y, especialmente, en el "cómo" educan. Es un punto de vista interesante porque deja de situar a las TIC como eje de la innovación. Las nuevas tecnologías, efectivamente, son una herramienta y su efectividad dependerá de los contenidos y del uso que de estos contenidos hacemos, introduciéndolos desde fuera del sistema, como un líquido a través de una aguja hipodérmica.